De pequeña, a Lael Wilcox, esta atleta de ultrarresistencia de Alaska, nunca le gustaron mucho las bicis. Le gustaba más jugar al baloncesto y al fútbol, o correr. De hecho, no descubrió el ciclismo hasta que se lesionó el talón de Aquiles trabajando de camarera en Anchorage, su lugar de origen. Como ya no podía practicar los deportes que le gustaban y tampoco tenía carné de conducir, comenzó a pedirle prestada su bicicleta a su madre para poder desplazarse. Y, de repente, todo cambió.
«Pensé que si podía moverme por mi zona montada en ese chisme, seguro que podría llevarme más lejos», rememora. «La bicicleta me proporcionó un sentimiento de libertad enorme». Dos meses más tarde, decidió poner en práctica su teoría y recorrer 3000 km en bicicleta, de Montreal a Florida. Recorría hasta 100 km al día y por la noche acampaba en parques públicos. El cicloturismo resultó ser la solución ideal para una estudiante deseosa de conocer mundo con un presupuesto limitado.
De pequeña, a Lael Wilcox, esta atleta de ultrarresistencia de Alaska, nunca le gustaron mucho las bicis. Le gustaba más jugar al baloncesto y al fútbol, o correr. De hecho, no descubrió el ciclismo hasta que se lesionó el talón de Aquiles trabajando de camarera en Anchorage, su lugar de origen. Como ya no podía practicar los deportes que le gustaban y tampoco tenía carné de conducir, comenzó a pedirle prestada su bicicleta a su madre para poder desplazarse. Y, de repente, todo cambió.
«Pensé que si podía moverme por mi zona montada en ese chisme, seguro que podría llevarme más lejos», rememora. «La bicicleta me proporcionó un sentimiento de libertad enorme». Dos meses más tarde, decidió poner en práctica su teoría y recorrer 3000 km en bicicleta, de Montreal a Florida. Recorría hasta 100 km al día y por la noche acampaba en parques públicos. El cicloturismo resultó ser la solución ideal para una estudiante deseosa de conocer mundo con un presupuesto limitado.